miércoles, 4 de junio de 2014

Historia de una aventura.

 
Esa noche dormí mal, me desvelé bastante, apenas dormiría cuatro horas escasas. Me pasa siempre que tengo que ir a algo importante por la mañana temprano; pienso que me quedaré durmiendo, que no sonará el despertador, y que llegaré tarde.... Un sueño recurrente en mí es que llego tarde a hacer un examen, que ya están todos sentados.

Dormir cuatro horas quizá no sea lo más adecuado para hacer al día siguiente más de 250 kms. dando pedales (qué sobre el papel era lo previsto), pero así estaba el cuerpo más activado, no hai mal que por bien no venga.

Al final levantados –Miriam también- a las cinco i cinco de la mañana, para desayunar i salir con calma hacia Montilla, donde habíamos quedado con los demás a las seis i media. Por delante: Montilla – Santa Amalia, unos 250 kms como he dicho antes.


Salimos dirección Espejo, con los primeros rayos de sol, serían entonces las siete menos diez. De allí, rumbo hasta la “llana”.

Éramos dando pedales diez, que con agradable conversación i sin correr demasiado hacíamos camino, hasta el pueblo natal de uno de ellos, Alfonso Sanabria, Santa Amalia, a pocos kilómetros de la romana ciudad de Mérida. El atravesar Córdoba, nos haría perder mucho tiempo, puesto que nos hizo bajar el ritmo, aún a pesar de ser temprano, había algo de tráfico, además tuvimos la mala suerte de pillar la mayoría de los semáforos en rojo, i créanlo: NOS PARAMOS EN TODOS. Para pedir respeto, hai que respetar. Subimos por El Brillante; primeros kilómetros de subida, dirección Villaviciosa, Villanueva del Rei.... A servidor se le da mejor subir que bajar, así que de las bajadas con sus curvas –algunas más cerradas que otras- mejor no hablar. Todos siempre me dicen que me relaje, que me suelte bajando, pero me agobio, no puedo evitarlo, me veo “estrellao” en cada curva, haciendo un “recto” en todas, i toco el freno más de lo que debiera; no sé por qué tanto susto, pero es algo que no puedo evitar.... Iban pasando las horas, los kilómetros, el ritmo del grupo era bueno, íbamos animados, conscientes de que sí, serían muchos kilómetros, pero que sería también, un bonito reto que superar. Para casi todos sería nuestro récord personal en cuanto a kilómetros en un solo día se refiere. Y no todos los días se pasa de doscientos kilómetros.


Además de las curvas de la carretera, algunos pensaban también en las curvas de la Beyoncé; de algo había que hablar, i llevando a José Antonio Arrabal, alias “Candelaria”, las risas estaban más que aseguradas, se hacían mucho más amenos los kilómetros.

De tanto dar pedales, perdí la noción del tiempo. Me ayudaba también que en la pantalla del “carmen” (el Gps, marca “Garmin”), no veía la hora, sólo kilómetros, tiempo, velocidad, pulsaciones, temperatura, cadencia y % de pendiente. En un momento de la jornada, pensé: “Serán ahora las once i media – doce”. Para mi sorpresa, cuando cambié de pantalla para ver la hora, me asombré al ver que eran las dos menos veinte. Psicológicamente me afectaba mucho el pensar que tendría que dar pedales a las cuatro de la tarde –la siesta es sagrada-, pero fueron pasando los kilómetros, las horas.... i al final ese “mal pensamiento” expiró rápidamente. Sí que tenía ganas de que pasaran los kilómetros, de cambiar del uno al dos, pues la barrera de los doscientos, entre otras cosas, emociona.

Volvemos a la carretera; hasta llegar a Fuente Obejuna pasamos por una carretera malísima, muchos agujeros, parches, socavones.... Me quedé el último para poder ir viendo bien todos los baches. Por suerte la carretera no tenía nada de tráfico (en general todas las del día) i podíamos ir tranquilamente, por dónde estaba menos malo, porque la carretera estaba FATAL. Cogí dos socavones i creí que me caía, por suerte no pinchamos ninguno –en todo el día, salvo el anecdótico pinchazo de Ángel nada más montarse sobre su bici- i la única anécdota a reseñar en este tramo es que a Luis Miguel se le cayó la bomba.

Lo peor lo pasé en el kilómetro ciento ochenta. Veía borroso, los ojos me picaban bastante, tenía algo de sueño, daba pedales cual zombie, sólo quería parar, sentarme un rato. Coincidió con una pequeña subida –también con una pequeña crisis de Luis Miguel- pero quedaría mancillada mi honra si me montaba en el coche. Durante toda la jornada comí bastante (Tres barritas, tres plátanos, varios geles, dos sándwich de jamón york i queso, dos coca colas i MUCHA AGUA) i esto ayudó a que “Mesié Masó” no viniese a visitarnos, de echo ese día no tuvo trabajo alguno en el grupo. Me mentalicé que pronto llegaría el kilómetro doscientos, que faltaba –según lo previsto- menos de la mitad. Algunos hablaban que habría sólo doscientos treinta kilómetros, otros que doscientos cuarenta.... Lo cierto i verdá era, que calculando los pueblos  que quedaban, pasaríamos de los doscientos cincuenta como así fue.

Para superar más pronto que tarde el citado bajón, comí de pronto un gel i un plátano –tenía pensado esperar a comer al kilómetro doscientos- pero las circunstancias lo requerían. Bebí en ese momento también mucha agua, i por fortuna, para el ciento noventa i algo, estaba plenamente recuperado, se me había pasado “la torta”. Me seguían picando los ojos –me quité unos kilómetros las gafas que me aliviara un poco, con miedo, pues había muchos mosquitos-, pero la sensación de sueño había pasado.

Calambres no me dieron –hubo, creo, un amago, pero no-, sólo las manos, que un poco se me durmieron, de llevarlas siempre en la misma postura sobre el manillar, i una vez que fui a rascarme la pierna: VÍ LAS ESTRELLAS.

La entrepierna, que días atrás había dado algo la lata, bien, no me molestó nada. Todos hablaban de lo incómodo del culote por su bajo coste (por no decir aquí malo), pero en lo que a mí respecta, genial. Cada vez que me sentaba sobre el sillín, cómo un guante.

Foto de rigor al carmen, una vez pasó del uno al dos, i a esperar a que llegara el kilómetro doscientos treinta i ocho que era mi récord personal de kilómetros, hace ya algunos años en la marcha cicloturista “El infierno del Sur”, en la Sierra Norte sevillana, en los años dosmildos i dosmilcuatro creo.

Como ya dije anteriormente el no llevar la hora, hizo que el tiempo, gracias también a la conversación del grupo, pasara de forma agradable, i que no pesaran tantos los kilómetros, aunque claro, doscientos kilómetros en las piernas, creo que le pesan a cualquiera.... Pero por suerte, el grupo siguió rodando con buen ritmo, todos animados, sabedores de que conseguiríamos el objetivo: Llegar a Santa Amalia enteros.

Hacia el kilómetro doscientos treinta i algo paramos a tomar una coca cola en la cuneta, i junto a Antonio Castro i Daniel Sanabria nos quedamos los últimos. Tocó en este punto hacer un sprint para enganchar con el resto del grupo. Lo que faltaba, una serie con doscientos treinta i trés kilómetros en las piernas.... Por suelte lo solventamos bien, las piernas llevaban gas, i ayudó también que alante un poco pararon. Llegamos a Don Benito, el final ya se veía más cerca, pues desde esta localidad hasta nuestra meta, quedan menos de veinte kilómetros, que para entonces, no era nada. Decidí tomada la última coca cola, que no comería más, estaba harto de geles, barritas.... Ya sólo pensaba en una fresquísima cerveza. Bebía eso sí, mucha agua. Pero no tenía ganas de orinar sorprendentemente aún a pesar de los muchos líquidos ingeridos. Dos ó tres fueron las veces que intenté orinar, pero sin éxito.

La alegría del grupo era palpable, quedaba mui poco para Santa Amalia, íbamos todos mui enteros, a ninguno nos habían dado calambres, superaríamos el reto sin problemas. No está demás decir aquí, que el ochenta por ciento del trayecto fui atrás, sin apenas tirar, sólo cuando en un momento íbamos a relevos por parejas, i me tocaba ir alante, i otra que Ciclos Paco me invitó a tirar, a lo cual accedí, tras su mucha insistencia. Pero es que ante tantos kilómetros sólo se me ocurría guardar, guardar, guardar i guardar. Ayudó también el aire, que no sopló tan fuerte como en anteriores Montilla – Santa Amalia.

El paso por el puente romano del siglo diecisiete de Medellín, es siempre más que emocionante, pues sabemos qué luego es sólo girar a la izquierda, apenas seis kilómetros i ya hemos llegado a Santa Amalia; además de por la gran belleza del mismo.

Nada más llegar a Santa Amalia, rápido para el cuarto de baño del bar de Alejandro, pues ya sí me orinaba cómo una persona mui mayor, i los abrazos de rigor entre todos por la importancia de lo conseguido. Foto al “carmen” con la bonita cifra de 254 kms., que quede constancia para la posteridad, foto en la puerta del hotel de todos los “amalianos” i para la habitación a descansar, ó por lo menos a intentarlo. Ya una ducha es algo. Hice los estiramientos que pude, i me tumbé en la cama. Pequeño masaje, me puse las medias de compresión i las piernas hacia arriba, pero vino un pequeño dolor que me hizo quitarme las medias, i tener que andar un poco por la habitación....


Lógicamente las piernas, a la noche estaban algo doloridas, andaba con algo de cojera, pero era normal. Los ojos estaban rojísimos, pero era algo normal también. Por lo demás todo bien, sin ser consciente aún de lo conseguido, aunque tampoco creo que tenga mucho mérito.

Pude cenar medio bien, aún a pesar de tanta “mierda” como había ingerido en el cuerpo durante el día, un güaitlabel con sevená fresquito, i antes de las dos de la madrugada a dormir, que el día había sido lo siguiente a largo.

Gracias a los compañeros de viaje, por tan buenos momentos, tantas risas, por hacer de éste día, un día inolvidable, nada normal.


Es obligado nombrarlos uno a uno: Alfonso Sanabria, el anfitrión, aunque su pueblo, como ya dijimos ese día, podía estar más cerca. No se plantea la posibilidad de hacer una “clásica” Montilla – Castro del Río, con un perol. Como llegamos tan bien se plantea para el año que viene la posibilidad de salir, no desde Montilla, sino ¡¡desde Zuheros!!, aunque es lógicamente descartada.

Gracias también a Antonio Castro, José Antonio Arrabal, Ángel, Paco Ortiz, Paco Espejo, Pachi, Dani i Luis Miguel Sanabria.


También un sincero agradecimiento para los tres chófers, que tan pendiente estuvieron de nosotros, que no nos faltara de nada. A Rafa Ortiz, Manuel Sánchez i Miriam. Y al primero, por tan buenísimas fotografías, la mayoría dignas de enmarcar.

Pero sobre todo, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS Y MIL VECES GRACIAS, a mi amiga, mi confidente, mi compañera.... a Miriam. Por cuidar tan bien de mí; sigo siendo un globero, me gusta ser globero, eso de máquina....

El año que viene, repetiremos. Aunque pediría que no con tantos kilómetros, con hacer una vez la aventura: bien va. Doscientos poco: está bien.

Salud i buen pedal.